Instalaciones

El hermoso edificio de la Facultad de Letras

Situado cerca de la rotonda de Betania en un terreno que recientemente fue comprado, amplía la Ciudad Universitaria, que se yergue el mejor edificio de la Universidad de Costa Rica, pronto alojamiento de su Facultad de Letras.

Antaño la teología, hoy la filosofía y las letras, son el centro espiritual de la Universidad. Sólo un concepto subdesarrollado de desarrollo puede marginar las raíces del pensamiento y de la cultura para valorar el tronco y las ramas, olvidando la integridad del árbol cartesiano. Sólo una miopía y un filisteísmo irrecibibles en una universidad pueden inducir al desprecio de la filosofía y las letras, a la afirmación unidimensional de las técnicas, las especialidades y la praxis. Desde los sesentas, la Universidad de Costa Rica estaba en deuda con su Facultad de Letras: fue la única que se quedó sin edificio, después de la desmembración de la Facultad Central, ordenada en momento de bajamar, por el Tercer Congreso. La Facultad de Letras fue la cenicienta de la Universidad. Vivió de prestado en todos los edificios de la Ciudad Universitaria. La dispersión, la falta de claustro, fue creando un sentimiento de excentricidad, de “menos valer”, de marginalidad. Había que ganar un terreno perdido, reivindicar el derecho de las letras a tener un auténtico hogar académico.

La tarea de construir el edificio de Letras, reemprendida en 1978, no fue venturosamente la de fabricar una caja o una torre donde encerrar a la Facultad, o un balcón doble sin interior. Fue la incomparablemente más difícil de crear un continente adecuado a un contenido, la de encontrar, como diría Heidegger, un punto de coincidencia entre el construir, el habitar y el pensar. No fue una tarea “administrativa”, pragmática u oficiosa. Felizmente, fue una expresión del buen gusto, propio de quien cultiva y enseña las buenas letras y la buena armonía del pensamiento.

La perseverancia de la Facultad en solicitar lo justo, sus desfiles ante las autoridades, las asambleas para determinar la ubicación y las necesidades apremiantes, las negociaciones de financiamiento y de compra de los terrenos, dentro de cierta atmósfera de escepticismo basado en los años de “exilio”, todo esto no habría sido suficiente para llegar a la tierra de promisión si no hubiéramos tenido la suerte – o la “industria” – de que el Arquitecto Humberto Malavassi, apoyado por el Ingeniero Edmundo Aguilar, fuera el encargado del diseño.

La Universidad está en deuda con el Arquitecto Malavassi, pues en virtud de su sentido profesional y de su buen gusto, de su cuidadoso y continuo contacto con las autoridades de la Facultad, de la justa interpretación de las necesidades planteadas, plasmó una obra que embellece toda la ciudad universitaria y que será lección viviente sobre lo que debe entenderse por estancia académica. El edificio fue contraído por la empresa DIA y entregado con magnífico acabado, gracias a la atención del Ingeniero José Manuel Agüero, antes de la fecha prometida.

De dos plantes en un sector, de tres en otro, con una acogedora entrada principal, sin puntos de acumulación, con balcones con vista hacia La Carpintera, aulas, amplios cubículos, sala de biblioteca, jardines interiores, ya sembrados por un hábil jardinero de la Universidad, pintado en azul y blanco con verde discreto en la parte más pesada de la construcción, situado en un lugar descollante de la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio, este hermoso edificio será pronto inaugurado y, ya en marzo del año entrante, dará cabida a los maestros y los alumnos, a los investigadores, a los que leen y escriben, a los que aprenden mediante coloquio vivo, a los que preparan tesis, a los directores de revistas culturales o especializadas, a quienes crean obras de pensamiento y belleza, a los administradores, que deben estar al servicio de la docencia y la investigación, a quienes, en frase quizá no muy feliz deben ser “conciencia lúcida de la patria”.

La segunda etapa del edificio, consistente en un ala de aulas, ya tiene planos confeccionados y debe ser emprendida con entusiasmo y arrestos, con esta voluntad de forma que acepta la frustración, con que fue llevada a feliz término la primera etapa. Y así también auditorio, que vendrá a ser una tercera etapa.

Merece un recuerdo especial el querido maestro desaparecido Constantino Láscaris, quien dio todo su apoyo a quienes con esperanza o sin ella pusieron su empeño en que la Facultad que no tenía edificio llegara a tener el más hermoso.

Dr. Roberto Murillo, Jueves, 4 noviembre, 1982.

Área de cubículos

Auditorio Roberto Murillo Zamora

Biblioteca

Cafetería

Parqueos

Plazoleta

Sala de cómputo

Sala Joaquín Gutiérrez Mangel

Vestíbulo

Zonas Verdes

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